El chocolate

Gastronomía asturiana
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El chocolate

Así lo cuenta la leyenda azteca. La Divinidad acababa de crear el mundo y en él un Edén donde vivieron los primeros hijos del Sol; Qualzalcoult era su jardinero y cuando vino a la Tierra, morada de hombres, quiso que éstos gozasen del mismo manjar que deleitaba a los dioses. Para ello trajo semillas de cacahuatl (árbol del cacao), y así la felicidad y la salud poblaron el planeta. Quizá muchos se resistan a creer esta leyenda; quien sí la admitió fue el botánico Linneo para bautizar el árbol del cacao con el nombre de Theobroma o manjar de dioses.

Cuando Hernán Cortés y sus guerreros de aventura conquistaron México, en 1516, descubrieron el árbol del cacao, con cuyos frutos se preparaba una excelente bebida a la que dieron el nombre de chocolate (choco = cacao; latl = agua). El historiador Antonio de Solís cuenta que Moctezuma «al acabar de comer tomaba ordinariamente un género de chocolate a su modo, en que iba la sustancia del cacao, batida con el molinillo hasta llenar la xícara de más espuma que licor».

Dícese que el cacao, y con él la técnica de preparación del chocolate, vino a España por los años 1515-1520; pasó a Italia hacia 1606 por mediación del florentino Carletti; y fue introducido en Francia hacia 1665 por influencia de la reina María Teresa, esposa de Luis XIV e hija del español Felipe IV. Según las Memorias de Mlle. de Montpensier:

«... la pobre reina que era pequeña, sarmentosa y poco atrayente, tenía los dientes negros y cariados porque comía constantemente chocolate».

Hernán Cortés y sus soldados habían apreciado las buenas cualidades del chocolate («por lo que se refiere a aumentar la resistencia del organismo para resistir las fatigas corporales», explicaba Hernán Cortés al emperador Carlos V en una de sus cartas) y las habían comunicado a la corte española. Buena debió ser la impreSión causada en palacio, donde no faltaban clérigos, confesores, abades y obispos, quienes propagaron su uso por conventos, abadías y monacatos. Prueba de ello es que en tiempos de Felipe II era norma de conducta conventual invitar a las dignidades visitantes con una buena taza de chocolate.