Las castañas

Gastronomía asturiana
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Las castañas

Las castañas fueron alimento básico de los asturianos desde tiempo inmemorial: se consumían asadas al horno, sin más; cocidas en agua con sal sin quitarles la piel exterior (corbates) o previamente peladas; en potaje (las secas —mayuques— puestas antes a remojo) con berzas y chorizo, etc.

Cuando las castañas se asaban en el horno (fornu, forna) se decía que se hacía un fornáu o una fornada. Para ello se pellizcaban un poco las castañas, evitando así su explosión al cocer, y se introducían en el horno una vez bien caliente. A medida que asaban se iban consumiendo en compañía de leche o de sidra. Era costumbre muy frecuente hacer un fornáu en una casa e invitar a mozos y mozas del vecindario, ocasión muy propicia para iniciar amoríos y cortejos (echar la presona) que luego tendrían su continuidad en otros momentos de la vida campesina (esfoyaces, filandones, etc.):

«Ramonzón de Vicente y Felipona
suelen vese na fonte La Collada,
y mientres que se cueye la ferrada
guapamente tan 'chando la presona.

—¿Sabes, Felipa, que tas hoy perbona?
—Non tantu como tú; nons sias profiada;
si esa presona qu'e de mi'stimada
me quixés, non sería tan chungona.

Esta presona fala con franqueza,
que los güeyos se i van por la guapeza
de la presona que'n amor no ambura.

—Pos si tanto lu abrasa y lu consume,
a la presona que d'amor presume
yo condescenderé: ique llame al cura».

Otro método de asar las castañas era el del farol o tambor. Consistía éste en un recipiente cilíndrico, agujereado hasta aproximadamente su mitad, donde se introducían las castañas, y colgaba de les calamiyeres sobre las brasas del llar. En otros casos, si la cantidad a asar era pequeña, se disponían las castañas sobre la llávana o sobre la chapa dispuesta encima de las trébedes.

Los magüestos, o amagüestos, consistían en reuniones de mocedad para asar castañas en el campo, fuera del hogar. Después de conseguir un buen fuego de brasa se asaban las castañas que, luego, se consumían en compañía de abundante sidra. El final, a la anochecida, terminaba con bailes, canciones y cortejos:

«... Les moces, fachendoses y reblincones,
plizcaban a los mozos pe los calzones;
y los mozos por veles tan gayasperes
parez que les furaben con alfileres;
asín que reblincando como xatinos
facinse carantoñes y regolvinos.

La folixa ye grande, sona el puntero,
pos nunca co la gaita falta el gaitero;
el baile que s'entama dura dos hores,
fasta que restallando los voladores
al tiempo que na ilesia diz la campana:
todo el mundo a carreres pa la quintana.

Y entós cuando pa casa van todos xuntos,
pa que non tengan miedo de los defuntos,
ye cuando a los cantares y a l'alegría
parez que yos azumba la calabiya
y cuando se presenten de manifiesto
todos los resultados del amagüesto».

Cuéntase que antaño, tanto en los fornaos como en los amagüestos, solían las mozas colocar las castañas, una vez asadas, en la faltriquera y de ellas servían a sus galanes que así se las solicitaban:

«Déxame meter la mano, querida,
en tu faltriquera».

mientras ellas respondían:

«Eso non, galán del alma;
¿qué trexisti de la siega?».

dando con ello a entender el posible olvido a que se vieron sometidas cuando el rapaz había marchado a Castilla para las faenas de la siega. El mozo, deseoso de agradar a su amada, insistía de nuevo:

«Les castañes son castañes;
los oricios son oricios;
los güeyinos de tu cara
son para mí dos hechizos».

En algunas ocasiones las mozas introducían en la faltriquera, junto con las castañas, pequeñas calabazas que ofrecían a los jóvenes que no eran de su agrado. El galán despechado solía responder al agravio con este cantar:

«Dísteme les calabaces
y les comí con pan tierno;
más quiero les calabaces
que una moza sin gobierno».

De tales requiebros, pellizcos, carantoñas y regolvinos —que no son otra cosa que cosquillas— solía derivarse alguna que otra consecuencia inesperada, como insinúa este cantar que se dice por el occidente:

«Madre mía, toy encinta.
Fía mía, tarazón;
as castañes que comiste
¿de qué castañeiru son?».

Y es que, como dice el refrán: «el hombre ye fueu y la muyer estopa; luego vien el diablu y sopla».