Gastronomía asturiana:
› Historia
› Nace un reino
Hacia el año 813, reinando Alfonso II, el Casto, en Asturias, el ermitaño Paio recibió, en mensaje angélico, la notificación de que iba a ser descubierto el cuerpo sepulto del Apóstol Santiago. Días después una gran luz brilló sobre el monte Libredón (hoy Compostela) y, al desbrozar la maleza, allí apareció «el arca marmórica con los restos que, por revelación divina, el obispo Teodomiro atribuyó al Apóstol» El propio Alfonso II visita el sepulcro, manda construir una iglesia y proclama a Santiago patrono de sus reinos. Desde esta invención, o descubrimiento, una auténtica riada humana de peregrinaje unió los confines de Europa con España; abrazo de convivencia que aún perdura y se repite en nuestros días.
«Referirse a las peregrinaciones a Santiago —escribe J. I. Ruiz de la Peña— supone evocar uno de los acontecimientos que más profunda influencia han tenido en la configuración de las estructuras socioeconómicas, los marcos institucionales, las actividades mentales y la vida cultural de amplios sectores de los estados cristianos peninsulares a partir del siglo XI».
Aunque el Liber Sancti Jacobi, o Codex Calixtinus, escrito a mediados del siglo XII, no menciona el camino norteño de la ruta jacobea, es indudable que a partir del año 1075, cuando Alfonso VI visita Oviedo para autentificar y venerar las reliquias guardadas en la Cámara Santa, surge también un grandioso peregrinaje hacia Oviedo para venerar tales reliquias y, desde aquí, continuar la andadura hasta Santiago. Las disposiciones dictadas por Alfonso IX, que obligaban al paso por Obona, en Tineo, y las redactadas en Las Siete Partidas, por Alfonso X, son buenas pruebas de lo expuesto.
Los peregrinos procedentes de Francia siguiendo la ruta Cantábrica entraban en Asturias por Unquera, para luego continuar por Llanes, Ribadesella, Colunga, Villaviciosa, Siero y Oviedo. Veneraban aquí las reliquias y después seguían por Grado, Cornellana, Salas, Tineo, Pola de Allande, Grandas de Salime con posterior entrada en Galicia. Una ruta altemativa, más tardía y menos frecuentada, se desviaba en La Espina hasta Luarca y enlazaba con la costera de Oviedo, Pravia, Muros del Nalón, Cudillero, Valdés, Navia, El Franco, Tapia, etc.
Los peregrinos procedentes de la ruta Interior se desviaban en León, salvando el Puerto de Pajares, por Campomanes y Mieres hasta Oviedo; después de visitadas las reliquias seguían el primer camino indicado (que en 1214 se documenta como camino Francés) hasta entrar en Galicia.
La fundación de monasterios, hospitales y albergues de peregrinos; la estancia (cuando no la permanencia) entre los asturianos de otras gentes de diferentes culturas, etc., implicó, como indica el hispanista y medievalista Angus Mckay, que «las influencias europeas penetrasen en España, y saltándose las barreras políticas, se impusiera una unidad de cultura, de pensamiento, de costumbres, en las regiones comprendidas entre los confines de la lejana Galicia y las tierras de la Europa nuclear».
Como es de suponer, esta unidad de cultura hubo de tener su reflejo en las costumbres y hábitos culinarios de nuestra región.